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    ‘El sueño de la salamandra’ de Carmen Díaz Margarit

    ‘El sueño de la salamandra’ de Carmen Díaz Margarit

    Maria Jesús MingotPor Maria Jesús Mingot  

    El sueño de la salamandra
    Carmen Díaz Margarit
    Editorial Ars Poetica, 2020

    Estamos frente a un poemario de denuncia frente a la omnipresente injusticia que golpea sobre todo a los más vulnerables. El abuso infantil, el maltrato, la explotación, la intolerancia, la crueldad, el hombre constituido como un despiadado lobo frente a los otros hombres son descarnadamente retratados en una obra (dos libros) que transita por siglos y ciudades en Asia, África, Europa y Suramérica poniendo en evidencia el goteo incesante de un dolor ininterrumpido y los rostros infinitos del mal.

    El poemario muestra cómo la ambición humana, la violencia y el ansia de poder han convertido el mundo en un infierno, en un horror cotidiano y silenciado. Hay una motivación ética vertebrando el poemario, un poemario en el que la poeta quiere dejar hablar a los que nunca tuvieron voz, recreando poéticamente la voz de la inocencia pisoteada, la de la infancia amordazada. A través de una composición coral poética – tantos ángeles sin plumas gimiendo en la sombra- la poeta ofrece una visión cruda y devastadora sobre la historia del hombre y de la infancia en particular, una recreación de una desoladora verdad que se prefiere ignorar, y que encuentra en el silencio su fiel cómplice. El sueño de la salamandra es un libro que duele, un libro donde no hay reposo ni otra respuesta que la que pueda venirnos dada por el amor, un libro que nos sacude, que planta cara a nuestra miseria moral y a la clase de mundo que hemos construido. ¿Es ese el mundo que queremos dejar? ¿Es esa la medida de nuestra encumbrada humanidad? Hay, pues, una tarea urgente para cada hombre en todo tiempo y lugar, ser portador de la luz y no de la amenaza, poder dar sentido a eso a lo que llamamos la “condición humana”. Cada poema revela cuán inmensa es la barbarie en la que estamos instalados, esa que habla de niños que mueren cada segundo, de niñas violadas, de guerra, de hambre, de dominio del hombre por el hombre, y también, en los versos y en los silencios, de cuánto amor cabe en una conciencia crítica que denuncia con la mirada puesta en un porvenir más humano. Y pretender aquí mantenerse al margen, lavarse las manos, es también una toma de posición. Frente al extremo desamparo, el sueño del amor como única tabla de salvación posible.

    El poemario pasa de lo universal a lo particular, de lo general a lo individual, de lo colectivo a lo privado. En la segunda parte toda esa violencia interiorizada e institucionalizada se vuelca sobre una niña, que encarna el dolor del hombre y del mundo. Su soledad es también la de todas las niñas ultrajadas, y su sueño, sus sueños, la única vía para poder sobrevivir. Así crecen muchas niñas del mundo, como esa niña en la que la poeta se proyecta, con su sórdida infancia, con su flotador de sueños, a menudo incluso con su amor ciego por el lobo. Y nadie escucha. En el decálogo de los adultos, la sumisión es fomentada y el silencio recompensado. De ahí la impasibilidad, la desposesión, el anhelo solitario de muerte como respuesta ante el horror. Y los sueños que la mantienen a flote. Soñar, ¿cómo podría un niño soportar el abuso si no?

    Finalmente, cuando el dolor es el único camino a su alcance, la niña se entrega a la ley del fuego. Como la salamandra, símbolo de renacimiento y permanencia, emerge de su propia ceniza, se reinventa a sí misma tocada por la enigmática fuerza de Eros, esa que alienta tras los sueños, y que desata también la pasión amorosa. Muerte y resurrección, fuego y vuelo. El tono dramático perdura a lo largo de la obra.

    Y si el primer libro se sumergía de lleno en el infierno, en su doble cara histórica y privada, y nos mostraba la necesidad de renacer desde las entrañas del dolor (cuerpo de niña profanado y espíritu tenaz de salamandra); en el segundo libro es el amor el que toma la palabra en su doble vertiente luminosa y subyugadora. La conmoción amorosa pasa ahora primer plano, desde el encuentro que promete, libera y cobija, hasta el abandono y la lacerante ausencia, pasando por la súplica. La paciencia y la impaciencia infinitas en un mismo amor que todo lo perdona, que aguarda a sabiendas de cuán inútil es la espera, que se aferra a sí mismo incluso cuando ya solo queda el silencio, que cifra en el amor, incluso sin esperanza, la esperanza del mundo.

    Poesía desgarradora, desnuda, tejida con metáforas perturbadoras e inquietantes, entretejida con una intensidad que demanda del lector una toma de conciencia y de posición, y en la que, tan despojada de artificios, se siente la honda voz de la soledad, y también, pese a todo, del amor y de la voluntad de vivir.